Acompañar la vida


En algún momento consideré seriamente la opción de apoyar causas ambientales y por ese camino, la vida de la gente que no la ha tenido fácil.  ¿Cómo? Poniendo plata. Y lo hice. Varias veces, este año 2020.  A pesar de no ser millonaria y a pesar de vivir fuera de Colombia que ya son casi 9 años, lo hice para Colombia.  El país en donde nací.  

No vivir en el país que reporta más masacres, desplazamientos forzados y amenazas a todo lo que tiene vida, es una maraña sicológica.  Aclarando que la vida como la entiendo hoy, es como dicta la biología: todo más allá del concepto especista que nos inyectaron hace muchos siglos y por el cual hoy estamos al borde de la extinción.   Y agrego: tiene un componente asqueroso, que es esta primera pandemia del siglo XXI.  Asqueroso, porque como humanidad desbordada en prepotencia y amor por las cosas, la creamos.  Y crearemos muchas más.   

Pienso mucho en las personas que viven confinadas en los territorios de Colombia, llenos de recursos, paramilitares y caciques de turno. Y ahora, pandemias.   

La donación on line, es plausible en algunos contextos.  Pero en Colombia, la donación on line, ojo, para defender la vida, solo soluciona el ego de quienes no estamos cerca; la donación on line, no nos hace crecer, solo nos hace sentir buenos. 

En un país como Colombia, la solidaridad no se debe ni se puede expresar con ‘donatones’, ‘cantos por las regiones’ o plegarias navideñas: se debe expresar con presencia física en los territorios.  

¿Por qué no aprovechar estos tiempos en que la pandemia ha dejado sin educación y desempleados a miles de jóvenes en las ciudades?  Un montón de mentes brillantes, pero temerosas a un fuerte a fracaso como humanidad.  ¿Se imaginan cuánto podrían aprender en los territorios? A sembrar, a cosechar; a interpretar la naturaleza, la vida. Sin armas, sin drogas, con fundamentos, pero sin fundamentalismos.  Con eso, seguro que la universidad de la vida la tendrían "chuleada". 

Los jóvenes en las ciudades no pueden seguir saliendo a las calles a romper su ira contra los edificios que su realidad temporal les presenta; los jóvenes deberían hacer una mochila y meter muchos libros, un par de zapatos, una gorra y muchas ganas de ir al territorio a acompañar a las comunidades que están defendiendo los bosques, los ríos, la selva, la vida.  

Y no se irán solos.  Deben ser muchos.  Muchos miles, convocados por las redes sociales.  Para eso están: los jóvenes que defienden la vida y las malditas redes sociales.  

La solidaridad en el siglo XXI no pasa por cartas de intelectuales, conferencias vía zoom o manifestaciones disonantes en las ciudades. 

La solidaridad en el siglo XXI está acompañando la vida

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