Si no tiene agenda climática, no lo vote.
Los gobiernos de nuestros países de América Latina, no les interesa poner freno a la crisis climática. Porque si tomaran en serio la crisis ecológica y climática, esa acción les induciría a ser ‘coherentes’ y eso significaría alejarse de la corrupción. Para muchos su razón de estar en la política.
Algunos ejemplos. La incoherencia
de Alberto Fernández, presidente de Argentina, cuando dice estar “comprometido”
con el Acuerdo de París, pero casi que en simultánea en abril 2021 comunicó al
país a través de su Ministerio de Producción, que “se ordenó por decreto
que todas las automotrices (y todas las industrias del país) se pongan ya mismo
a producir al máximo de su capacidad instalada. Y hay más: aquellas que no
cumplan con esta intimación serán sancionadas.” La misma historia con el fetiche que
han tenido todos los gobiernos argentinos con Vaca
Muerta. Algunos gobiernos serios, el
mundo de la ciencia -IPCC-, la sociedad civil internacional, empeñados en
descarbonizar el planeta con vehículos eléctricos o híbridos, y Alberto pensando
en ensamblar más vehículos que se mueven con sangre de dinosaurio. Millones de dólares en el medio, para sostener
empleos o votos que, de acelerarse la tendencia mundial de descarbonizar, en el
corto y mediano plazo, desaparecerían.
La corrupción en Colombia, cuando
el Huracán Iota en noviembre 2020, destruyó el archipiélago de San Andrés y
Providencia, el presidente Iván Duque prometió que su gobierno reconstruiría la
isla en 100 días. Anuncio incumplido y
además malpensado “Cientos
de personas siguen viaticando y con toneladas de estuco y pintura maquillan la
grotesca presentación de casas sin ventanas, sin amarres antihuracanes y mal
arregladas por el afán de enmascarar un teatro de desastres” (El País 24 de
junio, 2021). Es decir, construir casas “sin amarres anti-huracanes”, para reemplazar
las casas que destruyó el huracán. Un genio.
Según George Monbiot (columnista
en The Guardian), la construcción es la industria más corrupta del
sector público. Y yo le agrego, la más incoherente. Desde mitad del siglo
XX, que llamaré la primavera del consumo, provocó entre otras
crisis, la crisis del clima. Entonces
hoy segunda década del siglo XXI, hacer escuelas sin huertas escolares o sin
sistemas de calefacción con geotermia o energía solar es incoherente; construir
acueductos ganaderos en zonas áridas suena incoherente; hacer carreteras para el
petróleo absurdo; violar montañas y
desviar ríos sin caudal para hacer hidroeléctricas (HidroItuango en Colombia; Portezuelo
del Viento en Argentina, Renacimiento en el Nilo África); ampliar aeropuertos como
El Prat en Barcelona, cuando el turismo masivo mermó y debe convertirse en otra cosa que no sea masiva y destructiva, es
incoherente. Pero esa incoherencia mueve plata y pone votos.
Presentar la construcción como camino
para mejorar la vida de las personas podría estar bien. Pero construir sin
pensar en clave de crisis climática, no. No está bien. Está mal. Es una incoherencia que destruye el
corazón de lucha contra el cambio climático.
Si la pandemia evidenció la
crisis climática y reforzó el paradigma que hay que consumir menos, usar la
bici, usar el transporte público, cambiar la matriz energética, disminuir el
consumo de carne, reciclar, etc., parece que los políticos del común
siguen pensando que, con pasacalles, cartelitos, cemento, ladrillos y promesas,
seguirán ocupando cargos, haciendo contratos y omitiendo la médula del problema.
Por eso a todos y todas aquellas que
quieren o deben votar en próximos meses en cualquier lugar de este subcontinente
aporreado por la crisis climática, la corrupción y la incoherencia, se les hace
una respetuosa sugerencia: candidato
o candidata que no tenga agenda climática seria, creíble y con trazabilidad,
no es digno o digna de merecer su voto.
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